viernes, 14 de junio de 2013

Joaquín escribe sobre mi concierto en Galileo

Cualquiera puede tener un mal día, y siempre encontrará muchas respuestas. Hay momentos sagrados que acompañan, como abrir la cerveza más fría de la nevera con el abridor favorito de uno, antes de pasarla despacio por la frente, con esa lentitud porosa humedecida impregnando el sopor en las sienes cargadas con su peso de horas. Y así, mil soluciones, como hay mil maneras de hablar de Manuel Cuesta. Se puede decir que es cantautor, que lleva más de quince años pateándose varios garitos no sólo de Madrid, sino del resto de España, trenzando el paso amable de una geografía de canciones que vienen sustentándose, a lo lejos, con la argamasa fiel de una amistad que es la conciencia malva del poema, aguerrida y sonora, en su arranque y su empuje de comunicación, con la verdad más íntima del sol narrada en lo sencillo del momento.
Manuel es lo sencillo del momento. Para quienes me hayan leído alguna vez, he escrito tanto de Manuel Cuesta, de sus canciones, sus mitos, esa iconografía del milagro convertido en mitad ambarina del día, que resulta difícil concretar una reflexión nueva, una palabra que sea reveladora sobre el nimbo de su significado. Hoy lo he pensado mientras nadaba, que es otra manera de escribir: ¿cómo enfoco el cierre de temporada de Manuel Cuesta en la sala Galileo Galilei, en Madrid, rodeado de amigos y seguramente con ausencias muy sentidas por él, sin repetir alguno de los ecos que he venido escribiendo en los últimos años? Entre varias brazadas, he tratado de ir a la raíz que Manuel Cuesta lleva reivindicando más de quince años: esa canción de autor, tan consciente y constante, afianzada en la fe de lo que es venidero antes con la música.

He recordado, con mi ejercicio acuático, tantas idas y venidas por las distintas casas, los aromas, los rostros, esa intermitencia de la felicidad; he visto los paisajes de la desolación, de la fiesta y su aroma, y he reconocido el tiempo en la amistad plena, que ha ido hilando, también, otras voces y otros escenarios, y he llegado a la conclusión de que a Manuel Cuesta, con su voz milenaria, ancestral y corpórea, hay que escucharlo siempre que uno se encuentre solo, que uno se sienta triste, que uno se vea a sí mismo inmerso en esa noche radical que nos fuerza a salir de casa con lo puesto para encontrar la puerta de un amigo, como en la hermosa fábula de La Fontaine.

Por eso les recomiendo, como siempre, que vayan este miércoles 12 a escuchar a Manuel Cuesta en la sala Galileo. Porque se encontrarán con un poeta que les canta una tradición de compañía, una voz henchida de emoción que siempre, en cualquier parte, en cualquier avatar, les hará sentirse no mucho menos solos, sino en la mejor y más honrada penumbra compañera, capaz de vindicar nuestra capacidad ensoñada por encima de toda realidad. Porque a pesar del caos siempre hay una luz, y él lo sabe.

Publicado por Joaquín Pérez Azaústre en Diario Abierto el pasado 11 de Junio de 2012

1 comentario:

jaime dijo...

Joaquín y Manuel, Manuel y Joaquín, dos grandes de la belleza que salva.

Agradecido.